Divagativa

Se me pide o se me invita a escribir un artículo sobre el libro que he medio escrito y que está ahora mismo en corrección para su presunta publicación en abril. Y en cuanto me dispongo a escribir algo al respecto, brota un murmullo interno de voces que se parece a todo menos a un discurso con sentido. De todas esas voces, debo elegir una (o una mezcla) que convertir en palabras y dejar fuera al resto. 

Algo así sucedió cuando me dispuse a escribir Meta-morphé. Y creo que, al final, así ocurre con todo en la vida. Porque elegir es renunciar. Y definir es también excluir.

Aunque llevo escribiendo sin parar desde que cumplí ocho años, no hace mucho que descubrí lo que significaba la escritura para mí. Había normalizado tanto mis viajes al escritorio en mitad de la noche que no era consciente de que, cada vez que me sentaba, lo hacía para poner en orden una batalla interna que se estaba yendo de madre. Así que, la escritura me ha servido como acceso a mi verdad, a la que sea de cada momento, porque, por suerte o por desgracia, necesito sentir coherencia interna para estar bien por dentro y por fuera. Y, sí, uno de mis métodos para lograrlo ha sido, es y será el de convertir nubes en palabras. Es como si me tomara la vida demasiado en serio o, tan seriamente como, de hecho, quiero tomármela. Y esa exigencia me lleva, por suerte, a rebuscar entre la basura mental algún resto de autenticidad. Así que, en resumidas cuentas, escribir es como buscar entre la mierda para dar con algo que merezca la pena. Es como si entre toda esa guerra interna, supiera que existe una voz muy cuerda que corre el riesgo de morir quemada y que debo rescatar. Aunque a veces, me equivoco y salvo nubes que deberían ser tormenta.

Pues esta es la historia de una de esas voces que ganaron todas las batallas. Yo soy la que pone esa voz en el papel y, no siempre me identifico con ella, pero sea como sea, sé que se ha ganado esta presencia.

Esta voz se llama Meta-morphé y si ha sobrevivido es porque nació en las aulas, entre adolescentes que me hicieron descubrir una herramienta que funcionaba en clase de valores éticos: el bote filosófico.

Aunque es verdad que acostumbro a tener el curso programado, raras veces he conseguido cumplir con mi programación anual. Y esto es así porque el aula está viva, llena de adolescentes que tienen inquietudes que, sin saberlo, son filosóficas. Así que, normalmente he descubierto que dejando que ellos marquen el ritmo y el contenido, hemos aprendido más que ciñéndonos a la programación curricular diseñada. Mi objetivo siempre ha sido practicar el pensamiento crítico desde el aula dialogada. He tenido siempre la manía de creer que la actitud filosófica es un arma brutal para reflexionar sobre nuestras vidas ayudándonos a tomar buenas decisiones o a saber reconducir aquellas que no han sido tan buenas. Y sin querer evitarlo, el bote filosófico consiguió

Este libro es el primero que sobrevive a mi perfeccionismo, a mi inseguridad y a mi autocensura. Y si ha sobrevivido es porque no solo he tirado yo de la cuerda, sino que he tenido a muchos adolescentes tirando cuando yo he dudado.

Y es que así es la vida, queridos lectores. A veces, para confiar en nosotros mismos, necesitamos que otros lo hagan primero. Este libro es el resultado de un crecimiento compartido en las aulas de cuatro institutos distintos. La idea surgió en el año 2016, en Sant Mateu, cuando por primera vez entré a trabajar como profesora de filosofía en un instituto público y me encontré con mi mayor miedo y mi mayor esperanza hecha carne y hueso. Efectivamente, las aulas estaban colapsadas de adolescentes desorientados sin demasiados espacios en los que hablar de lo que necesitaban. Y es que, muy a menudo, los adultos nos empeñamos en saber sobradamente lo que es mejor para ellos y, como consecuencia, silenciamos voces que podrían tener mucho que ofrecernos. Pero claro, el currículum manda. Hay que dar el temario, hacer exámenes, poner notas y pasar de curso. Entre tanta pizarra, libreta y contenido repetido, nos perdemos sus propias ideas. Pero yo no quería perdérmelas, y encima era la profe de valores éticos y de filosofía. Si yo quería, el espacio podía servir de diálogo, escucha y búsqueda.

En estos seis años como profesora de filosofía he ido anotando los temas que más veces se repetían en clase cuando dejábamos que nadie nos guiara, luego, he seleccionado -entre el caos- el hilo conductor y con sumo mimo, lo he ido escribiendo.

Para empezar, comprendí que el alumnado necesitaba alguien que le escuchara pensar, libremente, en voz alta porque, efectivamente, el alumnado quiere pensar, necesita pensar y piensa. Así que sólo había que encender una velita, y todo era fuego en clase. Pero muy a menudo, el profesorado va cargado de respuestas que no responden a ninguna de sus preguntas ni deja tiempo para escuchar sus propias ideas. Y puede que esté bien así, pero cuando se atreven a lanzar sus propias preguntas, están tan desorientados que no saben alcanzar ninguna propia respuesta. Digamos que no se aclaran, en general, a pensar por ellos mismos. Las respuestas que necesitan no están en los libros. Y la manera de alcanzar sus propias respuestas, tampoco. Y el problema es que, cuando la necesitan, se acogen a lo primero que pillan o acaban haciendo una encuesta en Instagram. Y, ¿por qué no han aprendido a pensar por ellos mismos? Porque pocas veces creemos en su manera de hacer las cosas o porque, en general, se les priva de la autonomía que pueden y deben acabar conquistando. Todos saben cómo aprobar sin haber aprendido nada. Algo falla.

Así que yo y mi necesidad de ser coherentes, escribimos este libro tratando de cumplir con lo que me llevó a ser profesora: ya que estamos condenados a la libertad, aprendamos a pensar.

Mi alumnado -y creo que todo el mundo- tiene una cosa clara: que quiere hacer lo que le dé la gana. Sin embargo, cuando se lo preguntan seriamente porque alguien le invita a la reflexión profunda ofreciendo un espacio seguro y sin juicio, acaban reconociendo lo que Sócrates: que solo saben que no saben nada. Y es normal, todavía estamos haciéndonos como personas.

La adolescencia es una metamorfosis, de ahí el título del libro. En la adolescencia, se deja de ser una cosa para pasar a ser otra. O se deja de ser un niño para pasar a convertirse en adulto. Y el concepto de adulto, está cambiando mucho. Así que, en esta aventura, nos metimos juntos buscando más que respuestas, herramientas para la búsqueda de las propias respuestas.

Cuando una persona quiere saber cómo ser feliz, tiende a buscar respuestas que ya han sido ofrecidas por otros: la felicidad, el dinero, el placer, Dios o la revolución. Frente a esta tendencia, el libro propone la autonomía moral, ser uno capaz de establecerse sus propias normas de conducta sin perder de vista nuestra condición social.

No es fácil, amigas. Pero la actitud filosófica es, para mí, la caja de herramientas perfecta -aunque no suficiente- para hacer este viaje al que llamamos vida. Y, ¿qué mejor momento que el de la adolescencia para descubrirla?

Querían hacer lo que les diera la gana, saber quiénes son, pero cuando tomaban alguna decisión, sus padres no les dejaban. Había que cumplir con las obligaciones del instituto a cambio de ciertas libertades. Y sobrevivir a eso se podía con amigos, pero resulta que muy a menudo, también se equivocaban con los amigos que elegían y cuando llegaba su primer amor y sus movidas no tenían con quien reflexionar en voz alta acerca de qué hacer cuando no se sabe lo que se quiere hacer. Y es que, a veces, lo único que necesitamos es silenciar al mundo un poquito y atreverse a pensar estando con una misma en soledad.

Fruto de este esquema general, nacen los 7 capítulos que componen este libro.

Nunca hubiera dicho que mi primer libro sería de este tipo. La verdad. Pero ahora comprendo su razón de ser. Sin ellos, yo no habría podido. Ellos me han llevado a recordar la efervescente adolescencia de la que, a ratos, aún me cuesta salir. Y de la importancia que tenía saber cómo hacer las cosas para salirse uno con la suya sin liarla demasiado. La dificultad de este tipo de libros es que tanto el cómo hacer las cosas, como el qué cosas se quieren hacer, nunca puede ser decisión de otro. Puede, pero desde mi punto de vista, no se debe. En el libro explico por qué. Así que, cuando no quieres decir ni el cómo ni el qué, te queda una cosa: filosofar. Que cada lector y cada lectora emprenda su propio viaje quedándose cada cual con lo que decida.

Todavía no sé cómo convertir mi ideal educativo en una realidad en las aulas. Pero este es un libro que me gustaría que se encontraran debajo de la mesa cuando se quiera tirar de los hilos a los que invitamos capítulo a capítulo.

Gracias a este libro se han librado muchas batallas que, a su vez, han producido otras. Y es que, yo no sé tú, pero yo, quiero vivir como humana, consciente del riesgo y del placer que supone ser libre y sin excusas. Y, porque una cosa es lo que hacen de ti y otra es lo que tú haces con lo que han hecho de ti, me gustaría que este libro, estimulara tus armas para librar las batallas que tú quieras o tengas que librar.

Y aunque nuevas batallas me lleven a desdecir mañana lo que dije ayer, creo que en este libro he conseguido salvar la voz que quiero que sobreviva en mí: la del pensamiento crítico.

Iris Martínez.

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