Si me hubiera encontrado con Sócrates en algún mercado, seguramente seguiría siendo la misma persona que soy. Él, como yo, aseguró que sólo sabía que nada sabía y por tal afirmación llegó a ser considerado el hombre más sabio de toda la Grecia. Yo, sin embargo -y por lo mismo- soy una inadaptada en este tiempo en el que se valora la productividad, el éxito laboral, familiar y personal, la decisión, la estabilidad emocional, los likes y, como no, el “desarrollo” personal. A un ser como yo que va por la vida, a veces sorprendida, a veces entusiasmada, dudando de la propia mirada, no se le comprende. Y, sin embargo, a mí no deja de sorprenderme la tranquilidad con la que las personas que me rodean disfrutan de sus cotidianas y convencidas existencias, no sé si ocultando interrogantes o aplastándolos como si fueran cucarachas impertinentes. Sí, del mismo modo en que cierto ser humano vive convencido de que tiene más derecho a la vida que las cucarachas, los toros, las vacas y las hormigas, vive también convencido de la superioridad de la certeza frente a la duda y tanto se ha acostumbrado a ello que ha perdido la gracia de sospechar, de dudar…pero ya no del sistema o del status quo simplemente, sino de sí mismos, de sus propios comportamientos, juicios, prejuicios, sentencias, decisiones y respuestas- Sí, a veces creo que me he pasado de consciencia de sí y del para sí. –
No recuerdo ningún momento vital en el que me entregara al sano fluir de la vida sin cuestionarme el viento que me estaba dirigiendo ni tratar de ver venir las consecuencias derivadas antes de tiempo. Bueno si, el confinamiento. Otra cosa curiosa. ¿Es posible que estuviera tranquila, relajada y creativa, feliz, enamorada y satisfecha justo en plena pandemia, encerrada en casa mientras disfrutaba del silencio nocturno y de mis madrugones voluntarios para estirarme a hacer yoga? ¿Por qué consiento después de aquello volverme a meter en la rueda de horarios fijos y tiempo escaso para perderme entre pinceles, lápices y laureles? Pues básicamente porque yo soy yo y mis circunstancias, tal y como dijo Ortega y Gasset (y si no las salvo a ellas, no me salvaré a mi). Y sí, mis circunstancias son también, entre otras, las mismas que las de muchos: facturas que pagar, comida que comprar, un fuego que canalizar, un proyecto vital que desarrollar y cervezas para des-conectar. ¿Cómo lidiar con todo eso siendo encima un interrogante constante sin interruptor? Nietzsche decía que ningún precio es demasiado alto si a cambio consigo ser yo misma. Pero, ¿y si resulta que ser tú misma es una movida que todavía obstaculiza más el sosiego? ¿Y si las barreras mentales no son, tal y como decía Lou Andreas Salomé, simples rayas de tiza? ¿Quién tenía razón? ¿Es la vida una obra de arte que te dibuja o eres tú quien dibuja la obra de arte que es tu vida? Yo solo espero de momento salvarme de la cicuta que acabó con Sócrates por preguntón y desear vivir mi vida tal y como la estoy viviendo repetidas veces hasta el infinito. Por la gracia (y la magia) que, al fin y al cabo, tiene esto de vivir.