Divagativa

De la inquisición, el catalejo y el cuidado de sí

¿Son conscientes los seres humanos de la subjetividad con la que interpretan el mundo y, posteriormente, lo juzgan? ¿Cuántas personas saben que cuando miran están, también, construyendo lo mirado?

Últimamente me ha dado por imaginar a las personas con catalejos incorporados en los ojos, como prolongándose tras ellos. Veo a esa gente con sus catalejos divididos por sectores, cada sector está alterando una porción de la realidad percibida, observada, aprehendida. Todo lo que pensamos sin caer en la cuenta del proceso que implica llegar a una conclusión personal, es muy poco fiable y, sin embargo, constituye el marco a través del cual vivimos nuestras vidas. Experiencias personales, frustraciones vitales, tristezas, logros, reconocimientos, insatisfacciones, remedios caseros, educación, moral, necesidades satisfechas e insatisfechas, tono, cultura, ignorancia, indiferencia, vulnerabilidad, heridas, cicatrices, placeres y dolores, todo va alterando la visión del mundo. Sin embargo, creemos todo lo que pensamos. Lo creemos como si fuera objetivamente cierto y rechazamos al que lo cuestiona. ¿Será este un mecanismo de la evolución psicológica para la supervivencia de la sociedad, es decir, del individuo? ¿O será más bien algo con lo que podríamos lidiar todas las personas alterando la psique humana en las próximas generaciones?

He llegado a la conclusión de que la moral tradicional tiene más peso del que queremos reconocer. Hay mucha monja que fuma y mucha zorra que reza. ¿En qué consiste en realidad el librepensamiento? Pues empiezo a creer que una condición necesaria para ejercerlo es la de comprender el catalejo que cada uno lleva incorporado para así no permitir jamás sentencias absolutas, verdades inamovibles, dogmas inmutables, fascismos.  Al fin y al cabo, todo está en constante cambio. También el catalejo, pero no puedes librarte de él. ¿Cómo vas a saber si lo que observas corresponde con la auténtica realidad? Y, ¿qué margen de acción tiene el ser humano con su propio catalejo? ¿Cuánta libertad tenemos, en realidad, para percibir la realidad? Se amontonan en mi cabeza citas que se ajustan a mi nueva teoría: «Aquello a lo que te resistes, persiste y aquello que aceptas, te transforma» ,»Yo soy yo y mis circunstancias y si no las salvo a ellas, no me salvaré a mí»…

Ahora diría: «Tú eres tú y tu catalejo, y si no lo comprendes a él, tampoco me comprenderás a mí».

Curiosamente, así ha dejado de dolerme la mirada ajena, que ahora me llega cuarteada y deja de ser una especie de castigo con el que debo lidiar cumpliendo condena a través de la indiferencia, la culpa o la vergüenza. También deja de ser premio, reconocimiento, palmadita en la espalda. Todo eso se evapora y se desprende de mí como el agua que olvidas hirviendo en el fuego. Observo, con calma y mi catalejo, personas intercambiando opiniones que cuadran sin atreverse a cuestionar las rejillas desde las que están juzgando el mundo. Creo que, a la mayoría, les asusta la extrañeza. Lo extraño es todo aquello que uno no sabe cómo encajar en su catalejo, aquello que se emborrona al ser observado, o todo lo que presenta unos colores demasiado vívidos e intensos para la graduación de la propia vista. Es normal, sin embargo, creo que nos ayudaría ver el catalejo. ¿Cuántas amenazas inexistentes me han robado horas de sueño? ¿Cuántas opiniones ajenas me han mostrado más de quien opina que de mí misma sin percatarme de ello? ¿Cuántas veces por creer lo que siento, he perdido cuanto quiero?

La liberación que implica la comprensión del catalejo deriva en una luz que no se mantiene sola y que requiere de mucha atención y cuidado que nadie, sino yo, puede brindarle. El mantenimiento de la luz acaba siendo un proceso tan placentero que engancha, pero el brillo a veces resalta sombras que, extrañadas, se apartan y te dejan sola. Pasa con quien no se había percatado de la sombra que proyectas en sí mismo, pasa con quien no es compatible tu catalejo, pero pasa también con quien te ayuda a crecer. Y creo que, en buena medida, podemos elegir siempre para nuestro bien.

Es necesario mantener la fe en el proceso. Como prueba, el cuerpo. Un cuerpo que se relaja, una vida que se calma, un sueño que repara. Todo era más sencillo de lo que había percibido antaño, pero si no hubieramos complicado un poco las cosas, creo que nunca hubiera llegado lo simple. Y me invade una serena satisfacción porque me ha costado, pero he llegado. La guerra, de momento, ha terminado.  Así que empiezo a estar en paz de un modo en el que nunca había podido experimentar. Al fin y al cabo, la mirada inquisitiva es más descarada e inmoral que yo (sí, desde mi catalejo), y lo bueno es que detrás de la mirada ajena, tras a ella, a su través y a sus costados, está el mundo y seguirá estando. Y encima todo está en constante cambio. Y llego a otra nueva tesis: que aunque la polis forma parte de la existencia, no es exclusiva en ella. Su peso en mi mundo depende de mi presencia y consciencia. Y no, no soy una ermitaña que detesta la sociedad y prefiere apartarse; más al contrario, opino que la polis es nuestro contexto, nuestro espejo, y, en parte, nuestra salvación. Todas las personas que nos cruzamos y con las que coincidimos en espacio y tiempo, funcionamos, si queremos, a veces, de espejos los unos para los otros. Lo que no me arde fuera es porque no lo llevo adentro. Si me arde, lo llevo. Si lo observo, lo acepto. Si lo acepto, lo transformo. Si lo transformo, cambio. Si cambio, puedo crecer. Es una suerte poder ver a través del otro lo que llevas adentro. Hay que ser valiente para reconocer algunas sombras, pero sin el reconocimiento de la propia sombra, corres el riesgo de ensombrecer, dañar y escupir al resto dejando un poquito de esa rabia en tus entrañas. Y, ¿para qué? ¿No es una simple maravilla el hecho de estar coincidiendo en el espacio y el tiempo? ¿Para qué desprecios entre iguales pudiendo ejercer el fantástico poder del crecimiento a través del otro? Trabajamos nuestro mundo externo para, a la vez, labrarnos a nosotros mismos. Nuestra ocupación en el mundo exterior sirve para que transformemos las partes correspondientes de nuestro mundo interior. En fin, reconozco haberme enfadado mucho por no ver afuera el mundo que quisiera, pero del enfado, la tristeza y de la tristeza, la comprensión. Y así, y con todo, seguiremos escogiendo qué hacer con el mundo que percibimos, con las emociones que sentimos y con las ideas que pensamos.

 

¿No es casi como un milagro?

 

 

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