Algún día tú y yo nos encontraremos de casualidad en una ciudad cualquiera. Será en uno de esos viajes en el que lo último que piensas es en mí. Saldrás del aeropuerto buscando tus auriculares, localizando tu lista de reproducción favorita y dándole al play para esperar mientras buscas, concentrado, el bajo de cada tema y sales con la mochila a cuestas porque pasas de maletas. Tomarás el taxi directo al hotel sin mediar palabra con nadie hasta llegar, tomar una ducha, fumarte el piti de después y salir por la puerta a ver qué. Y qué…pues que yo. En la esquina. Nada más girar la primera puta esquina. Y fliparemos. Los dos. Porque tú no esperabas encontrarme, pero yo tampoco. Y nos temblarán las palabras, las piernas y los esquemas. Alucinaremos. Justo iba a tomar una birra cuando tú también. Puto miedo la birra. ¿Cómo íbamos a hacer como si no nos hubiéramos visto? ¿Qué mierdas pasaría si nos tomáramos esa birra juntos? ¿Había, de hecho, otra opción? Sería más raro decir que no, que decir que sí. Así que, para salir del paso, tomaremos esa birra y para soportarnos, beberemos más birra. Hablaremos de la ciudad, de qué hacemos ahí tú y yo, de qué casualidad habernos encontrado así. Que quién lo iba a decir hace diez años cuando tú y yo volábamos sin tomar ningún avión. Beberemos tanta cerveza que saldrá todo por la boca y entonces diremos que estábamos ahí para olvidarnos el uno del otro, para andar tranquilos sin pensar en la posibilidad de encontrarnos una vez más. Porque estamos hartos. Porque yo ya no quiero volver a encontrarte y tener que improvisar un cuento cualquiera que me salve de tu salvaje presencia. Porque yo ya no quiero tener que hacer como que nada y porque a ti se te han acabado las ganas de fingir que no soy nadie. Y esa ciudad cualquiera será la que presencie lo que nunca jamás fuimos capaces de hacer el uno con el otro sin miedo a romper algo que no tenga nada que ver con nosotros. Porque de eso iba todo: de no romper lo puto otro, porque es infinitamente mejor que aquello que ni una ciudad cualquiera ni mil birras podrán salvar…