Cada vez que volé lo hice para caer después.
Cada vez que llamé a tu puerta lo hice sin saber que elegía, frente a la fantasía, la sensatez.
Cada vez que me atrapó tu ambigüedad, me atrapaba la honestidad de aceptar que no hay cuentos.
Mi fantasía y yo, hemos muerto en tu portal sin que descubras el cadáver.
Resiste, contigo, sin que te enteres, mi lucidez.
La ilusión se ha quedado a medias esperando frente a una pantalla mientras yo renuncio a mi capacidad para responder avivando el fuego de una idea imposible de hacer.
Y el blues cobra mayor sentido mientras descorcho la siguiente botella de vino y que, teniendo cuatro copas, hoy me sobren tres sabe tan delicioso como el saxofón que suena de fondo.
Tal vez haya otro tipo de dimensión sexo-afectiva entre el mundo y yo que no necesite de-mentes, quizás la goma de mis braguitas sea suficiente para arder.
Suena catastrófico, pesimista y cruel, pero existe una melodía perfecta aquí y ahora que hace que el amor del universo entero se concentre entre mis manos a pesar de esta realidad, sin edulcorantes, que se me ofrece…y por eso sé, que esto es más que un tal vez.
Y, ¿qué voy hacer sino dejarle ser?
Por favor, que esta paz sea eterna.
Voy a perderme en esta historia en la que intuyo que, de golpe, se han desvanecido los obstáculos que tanto me hicieron tropezar para bailar al compás de mi propio ritmo, tan fluido, tan despierto, tan orgánico y cuerdo.
Si en este cuento solo cabe lo real es porque de ideales han ido servidas mis caídas y caer es mejor cuando una lo hace sin querer.
Y es que, joder, joder, joder, ¿cuántas veces me he metido en la boca del lobo adrede para sentir sus dientes hincados en mi carne y sangrar, así, de placer? Si hay dolores que emanan del teclado, del viento y de las cuerdas ¿qué necesidad habrá de satisfacer corderos, lobos, sedientos, medio vacíos, medio llenos?
Así es, queriendo el vuelo por la caída para poder volar a ras del suelo después…