Divagativa

Admiración animal

El dia 10 de noviembre de hace muchos, muchos años, Descartes tuvo un sueño -en plena Guerra de los Treinta años, a la que se había aliado, por cierto, movido por estas ansias de entender el mundo- que le reveló el camino que debía seguir durante el resto de su vida .

Sí, un sueño. Seguramente alguna vez has despertado con la misma sensación de Descartes después de un sueño que recuerdas, al menos, al despertar.

En el sueño de Descartes aparecían diccionarios, versos en latín y movidas por el estilo. Y esta realidad onírica le convenció -aunque él ya estaba, sobradamente, predispuesto- a seguir los dictados de la razón para alcanzar los fundamentos de un nuevo saber que escapara a toda posibilidad de error. Descartes, yo creo que más por placer intelectual que por debilidad psicológica, estaba convencido de dos cosas: la primera era que la razón era universal -única, unitaria- y, la segunda, que la verdad era única y racional. O sea, la razón funciona igual aquí que en la conchinchina y la verdad es una. Y si no hemos llegado aún, desde la razón a la verdad, es porque no hemos sabido dirigir bien a la razón (cazurros, que si los matemáticos y los físicos pueden, nosotros también y sino, abandonemos la tarea filosófica y punto, hostiaputaya).

Cabe destacar dos cosas de peso: la primera es que, Descartes, por lo visto, no sabía convivir con la incertidumbre, o sea, la carencia de certezas en el terreno de lo humano, por lo visto, le estresaba; la segunda es que la física estaba avanzando, de pronto, a pasos agigantados mientras que la filosofía estaba muy, pero que muy estancada -en comparación-. Bueno, esto  según él, que sólo aspiraba a evidencias y certezas, que si notaba un temblor, vomitaba. Que igual proyectó su inseguridad en la falta de certezas absolutas.

¿Era Descartes un tipo aburrido? Pues no lo creo. Tener un motor tan potente que te lleve a la dedicación absoluta, o que te llene a tal punto que lo demás quede como algo secundario o terciario, me parece una empresa más que divertida. Quiero decir, Descartes debía ser un apasionado de la vida que, como buen geómetra, apostó por la razón como fuente y camino hacia el conocimiento que, presupuso, universal. Y que lo dio todo por su apuesta.

Dicho esto, me encantaría divagar al respecto. Ser yo, plantarme ante el puto padre de la modernidad y decirle: no pares. Y es que sin Descartes, ¿quién sabe dónde estaríamos nosotros, la física, la geometría, y el libre albedrío?

No puede saberse, hay una falacia que pone nombre a situaciones como esta.

Y paradójicamente, lo que me ha despertado Descartes son mis ganas de admirar a los animales, mejor dicho: lo que me ha potenciado Descartes es mi amor por los animales. Ya los admiraba antes de volver a Descartes, pero hoy les miro con unas gafas graduadas por el anís, la cerveza, el vino y el Discurso del Método. Porque, a todo esto, Descartes consiguió establecer unas reglas que garantizaban el acceso a verdades universales de forma lógica y racional. Él se quedó relativamente a gusto pese a las críticas que recibió. Spoiler: menos mal que se empeñó en esto porque así ya sabemos que el sujeto juega un papel activo en el proceso del conocimiento.

Descartes fue el que pensó que estaba pensando. Que del hecho de dudar, no podía dudar. Aunque pudiera dudar del contenido de sus pensamientos, no podía dudar del hecho de que estaba, de hecho, pensando. Había un sujeto (creo que substancia) que pensaba. Luego, necesariamente, existía.

Voilà: Cógito, ergo sum. Pienso, luego existo.

La movida era que con eso, sólo sabía que existía el pensamiento, pero ¿y el cuerpo? ¿Cómo garantizaba la existencia de cualquier cosa ajena al pensamiento?

Vale, va, en serio. Ya no sé si ha sido Descartes, mi filtro, el paseo, la cena o la copa. Pero me ha flipado, en la resaca cartesiana, la distinción entre sentimiento y emoción, y es desde donde partiré.

Mira a un gato, ¿siente o se emociona?

Mírate a ti, ¿sientes o te emocionas?

Sobra una de cuatro palabras, ¿cuál es?

Tú sientes y te emocionas. Sophie, mi gata, tan solo se emociona.

Mi gata, gris, de ojos a veces verdes, a veces gris, se emociona, pero no tiene sentimientos. Su experiencia es inmediata mientras que la mía es mediata. Entre el estímulo y su «sentir» no hay nada. Entre el estímulo y mi sentir hay toda una «máquina» que filtra y condiciona el que será mi sentimiento.

Mira si es importante la razón para la libertad que hasta puedo aprender a comprender y variar ese filtro.

Sophie no puede.

Yo sí.

Siento, luego existo.

Así pues, el estímulo puede ser absolutamente neutro que yo, como sujecto, aportaré la clave para que el mismo derive en uno u otro sentimiento. Y si tú, que me lees, eres humano -que lo eres-, también: con todo.

Tú puedes arrancarme la ropa. Yo puedo emocionarme y, sin embargo, no sentir nada. Tú puedes quitarme el calcetín, puedo emocionarme y sentir que sin ti no puedo vivir. No lo piensas, lo sientes y te invade entera.

Yo puedo racionalizar el desvarío tanto y a tal punto que cuando me quites el calcetín, quiera que te vayas. Yo puedo racionalizar tanto este sentir que, cuando me quites la ropa, ni siquiera me emocione.

Así de libres somos, si queremos.

¿Defiendo con esto la neutralidad de los estímulos? En absoluto.

Sin embargo, me encanta admirar las posibilidades que ofrece este filtro tan curioso que llevamos los humanos incorporado y, en serio, no le llamaría «razón», con perdón de Descartes.

Llevo un tiempo decidiendo cómo los estímulos se convierten en sentimientos distintos a las emociones que, inmediatamente, puedes provocarme. Y es una fantasía que, sin embargo, no deja de ser racional, lógica e intuitiva.

Las emociones son reacciones biológicas ante los estímulos, mientras que los sentimientos son reacciones o percepciones mentales ante esos mismos estímulos.

 

Sophie, se ha emocionado al verme y, sin embargo yo, he sentido que había tomado la mejor decisión al volver a casa antes de que vuelvan a sonar las campanas.

No es mejor la emoción de Sophie que mi sentimiento, pero el «darme cuenta» me ofrece la libertad de tomar la misma decisión mañana. Y eso, sinceramente, me alegra.

 

Y todo esto por un sueño que tuvo Descartes un 10 de noviembre de mil seiscientos no se qué.

 

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