Dos días después de las cinco, María se despertaba justo ocho minutos antes de la hora en la que tenía que estar arrancando el coche. Sin embargo, no se asustó. Utilizó un minuto antes de salir de la cama para establecer las prioridades y prepararse para el frío matutino fuera del nórdico. Coger unos vaqueros, camiseta interior, jersey azul claro, abrigo marrón, la bufanda que estuviera colgada en la percha y salir corriendo escaleras abajo hasta el baño para enchufar el calefactor y lavarse la cara -con agua templada- hasta que se caldeara el ambiente. Aunque no se ha calentado lo que quisiera, ha de vestirse. Se viste, se pone una crema con color en la cara, se lava los dientes. Corre hacia la cocina -ya ha entrado en calor-, llena un vaso de agua, lo mete en el micoroondas y mientras se calienta sube a por la mochila, algo que se podría haber evitado y que, sin embargo, encuentra el tiempo perfecto para ser corregido. Baja, saca el vaso, mete café soluble -demasiado tarde para encender la cafetera y esperar que se caliente el agua-, le da cuatro vueltas con una cucharilla y lo vierte en un bote de cristal con tapa para tomárselo de camino al trabajo. Se cuelga la mochila, coge las llaves, sale de casa, le da un beso a su perra que sigue bajo el nórdico, se mete en el coche y…sale cinco minutos tarde, algo que puede resultar desastroso dependiendo del tráfico de un martes a las 7:50h de la mañana. La radio, curiosamente, lanza canciones de viernes por la tarde, como si alguien, desde otro plano de existencia, quisiera ayudarle espabilándola. Suena Chop Suey! de System of a Down mientras María toma su café y espera la llegada de la rotonda exacta para encenderse el cigarro de antes de currar. La carretera está más despejada que de costumbre, los colores del cielo son indescriptibles. María cree que podría hasta llegar a tiempo para dar su primera clase, pero cuando aparca han pasado cinco minutos desde que ha sonado el timbre. Sin embargo, hay tanta gente llegando cinco minutos tarde que su retraso pasará desapercibido. El camino desde la puerta de entrada al centro hasta la puerta que da acceso al interior se hace eterno, así que aprovecha para curiosear la actitud de los compañeros de educación física que ya están diviendo por equipos al alumnado cuando tan solo son las 8:20h de la mañana. Llega a la puerta de entrada y siente el calor de un hogar.
– ¡Buenos días, prisioneros!- Y enciende la luz.
María irrumpe con la habitual alegría de un martes a primera hora a pesar del susto que le ha dado el reloj esta mañana. Avisa y sale de la clase para ir a por los ordenadores. De camino al despacho del equipo directivo se tropieza con un espejo. Primera advertencia: mucho mejor sin maquillaje; segunda: qué ha pasado con el moño de todos los días? Busca desesperada una gomita de pelo en su muñeca, pero nada. Tendrá que sacudir la melena toda la mañana y ni siquiera le molesta.
Las clases han vuelto a pasar rápido, entretenidas y emocionantes, le han dado a María más de una sopresa y más de dos alegrías. Cuando son las 13:15h y se dirige a su puesto de guardia, un alumno de su tutoría que ha acabado el examen de inglés antes de la cuenta, le entretiene contándole las razones de su insomnio, de sus nervios, de su fatiga.
Cuando son las 14:10h, María sale por la puerta con la sensación de estar haciendo las cosas bien hechas.
Como es pronto, se acerca al supermecado y saca la lista de la compra que llevaba arrugada en el bolsillo pequeño de su mochila. Coge un carro y coge justo lo necesario. Sale, sube al coche. Suena Sweet Caroline mientras el sol le va dando las formas sugeridas por cada rotonda. Recuerda, por primera vez en toda la mañana, que lleva el pelo suelto. Y se permite, en ese trayecto que va desde el supermercado hasta su casa, sentir la felicidad con la que Neil Diamond canta.
Cuando llega ya son más de las 15h, tiene que descargar y ubicar la compra, sacar a su perra y ni siquiera tiene la comida preparada. Mientras pone el agua a hervir, reconoce que los tiempos son perfectos. Mientras corta y lava la lechuga, canta una canción desentonada. Mientras corta los tomates, siente que no está cansada.
María comerá mientras su perra le implora uno de sus bocados, tomará un café caliente con leche de avena y después, saldrá a pasear al río con ella.
Descubrirá a alguien desconocido paseando a su perro -también desconocido- justo en el rincón donde nunca va nadie y que, precisamente por eso, es su rincón favorito. Pero antes de que María y su perra lleguen, alguien se marchará para dejar su espacio sagrado libre. El agua esconde nuevos cangrejos que ambas admirarán, el sol acaricia tanto que la invitación a ser tomada por él, no da pie sino a rendirse. Y se rinde. Y las libélulas no están. Y la paz, persiste.
Antes de las 17:30h, María y su perra ya están de vuelta, satisfechas. En diez minutos, María se reencontrará con su mejor amiga en su salón de belleza y, entre estirones, escuchará las últimas noticias sexoafectivas. Los gritos de risa y de dolor se confunden sobre música de cuencos tibetanos. A las 18:15h ya habrán terminado y se despedirán con un abrazo que asegura que el jueves saldrán a beber vino tinto.
Es tan pronto que María aun puede ir a comprar las cuatro cosas que ha olvidado del supermercado, es tan pronto que María aun puede hacer una sesión de yoga en el salón hasta que vuelvan sus gatos. Es tan pronto, que María aun puede llenarse la bañera y darse, con las manos, todo el amor del mundo hasta gritar de placer. Es tan pronto que María cree que su vida puede seguir siendo así de sencilla y bonita hasta un siempre muy indeterminado.