Divagativa

Astronomía para novatos

Aquí en la estratosfera existe el cuento perfecto en el que dos cuerpos, como si nada, se fusionan y tienden hacia la entropía en un tiempo ilimitado sin que ello cause ningún problema. A veces, son tres. Desde la tierra, sin embargo, existe el roce, el miedo y el daño. Donde alguien ve una oportunidad, el otro sólo percibe renuncias que no está dispuesto a asumir mientras el reflejo le guiña, tranquilamente, un ojo diciéndole que sí que sí. Pero los espejos del espacio son distintos porque allí no devuelven gestos ni engaños, sino que todo es transparente. Claro que es fácil creer lo que uno quiere, pero allí no se puede porque se te ve y como pretendas ver lo que no es, zas, te devuelven a la Tierra. Y claro, nada puede esconderse. En Tierra disimulamos, nos protegemos, engañamos, escondemos y sólo mostramos una parte, normalmente escogida, para liberar a la otra de juicios y desprecios. Sin embargo, aquí en el espacio, ese juego no existe.

Imagínate ese lugar en el que la transparencia es el cuerpo que te habita. Donde no puedes esconder las cuerdas que comprimen tu estómago ni la bola de silencios acumulados en tu corazón y en la garganta. Donde se te ve tanto el mármol como el cartón mojado que te abriga el alma. Pues de ahí, la entropía. Nadie creería, desde allí abajo, que ese caos sea armónico, pero yo lo he visto. Una se acostumbra o aprende a convivir sin velos, una consigue sostenerse sin necesidad de evitar el contacto con otros cuerpos porque reconoce, sobradamente no sólo el suyo sino el de todos. No hay peligro por chocar y del golpe tender al desvío. No hay drama por convertirse en pedazos, forma parte del ciclo natural del camino intergaláctico en el que todos transitamos. Somos cuerpos flotantes que se saben a una deriva que puede ser más interesante que el mismo Paraíso. Que duela se convierte en una elección que, poco a poco, ni siquiera duele, pues compensa.

Después de un tiempo asumiendo la condición ilusa que me habita, me he ganado el viaje espacial desde donde tender, sin miedo ni remordimientos a la entropía. Pero tengo la gracia de coincidir con cuerpos que, en la fusión, me regalan el Edén sin querer. Y así es como una no sobrevive ni al período de prueba y vuelve a la Tierra una y otra vez sin remedio. Pues el sentimiento es cuestión más de cuerpo que de voluntad.

En cada regreso el sol me acompaña y me quema las pestañas. Es así como, a la mañana siguiente, recuerdo de dónde vengo. Es así como salgo disparada de la cama a profesar transparencias camufladas, ganas y esa sed que no se apaga.

Estar en gravedad cero es tan inofensivo que me vacía. Y no es que me apasione el riesgo sino la vida.

El inconveniente de haberse visto por dentro es, precisamente, no ver al otro. Al final, en la Tierra existe algo que no echo de menos en la galaxia: la soledad. Y aquí tratamos unos de huir de ella, otros de acomodarnos en su sofá y, otros cuantos, la abrazamos, pero no demasiado, que engancha. Y no queremos ser adictos: a nada. Por miedo a caer en los pozos renunciamos a castillos varios. Es lo que hay. Así es la condición terrestre.

Sólo cuando el equilibrio entre la soledad y la compañía se vuelve tan tranquila que seda, puedes volver al espacio. Y una no sabe ya si quiere estar en el espacio, pero hay cuerpos que, sin más, rozan tu transparencia y desde algún lugar, alguien lo percibe y en mitad de la noche te secuestra y te devuelve para ver qué has aprendido esta vez. Pero, es que hay aprendizajes que una no quiere hacer, aunque eso solamente se sabe después de haberlos hecho. Y una quiere seguir viviendo como si no hubiera aprendido y, de nuevo, no por amor al riesgo, sino a la vida.

Y por eso, busca cuerpos intergalácticos que le devuelvan a la tierra a ver si, por alguna de aquellas, un día de estos va y enraiza. Y se atreve y lo dice y se la suda. Pero, por ahora, siempre hay inundaciones periódicas que imposibilitan echar el ancla. Y qué se le va a hacer, al fin y al cabo, algún día este cuento se habrá acabado, pero colorín, colorado.

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