Hacía frío, pero no se notaba. Lucía la chaqueta desabrochada y el cuello descubierto como si fuera mayo a las seis de la tarde, pero la ciudad ya estaba plegada y guardada hasta el amanecer siguiente. En las calles un macabro silencio lo inundaba todo, pero nunca le resultó incómodo.
Sabía que se andaba cruzando las piernas, maltratadas, insatisfechas. Primero hacia un lado y luego hacia el otro. No había más sentido en ese momento que dibujar con sus pasos en el asfalto el zarandeo de su mareo.
Nada la interrumpiría. Nadie le vería. Nadie le llamaría. Ni siquiera habría un anhelo. Sólo el zarandeo. Paso a paso, cruce a cruce.
En algún momento que no tenía prisa, llegaría hasta la puerta de su casa. Tris, tras. Sin querer, iba poniéndole una banda sonora a su vaivén.
Se difuminaban las curvas y las notas. Las letras se volvían grises y verdes. Se transformaban a ritmo de los golpes de sus agradecidos pies. Rojas y negras. A veces, se daba la vuelta en un atisbo de intenciones indecentes. Naranjas y moradas. A veces, sospechaba cierto rumbo. Hasta la siguiente canción. Se decía entonces que estaba en ruinas, que volaba a la pata coja, que qué hacía una chica como ella en un sitio como éste…y así, retomaba el paseo. Ahora gris y negro. Volvía a desaparecer el rumbo. Volvía a desaparecer del mundo. No iba a tomar una sola decisión. Ya se brujuleaba cuando las cosas se volvían exorbitantemente urgentes. Y ahora, no existía tiempo. Se había disipado.
Había anhelo embotellado…y lo remendaba, lo suspiraba.
Chasqueaba los dedos, silbaba, y por momentos, avanzaba a golpe de caderazos a la nada. Was in the spring, and spring became the summer… Who’d have believed you’d come along… Se sonreía, se bailaba. La voceaba sin reparos, la medio gritaba. La fragmentaba a bene placito. Ahora adagio, ahora affrettando. Le sucedía la efímera felicidad. Y sin querer y de golpe, zas, en la puerta de su casa.
Súbitamente, le pesaba la llegada.
Mientras no le había importado no perderse en el regreso, de golpe se preguntaba por qué ya había llegado. De pronto se preguntaba qué no había pasado esa noche. Qué no se había dicho esa noche. Qué no se había mordido. Se imaginaba qué no…Y esquivaba cada deseo. Deshacía cada ocurrencia.
Y para acallar los rumores que corrían por su estómago, se recordaba quién era.
De todas formas, entraría en su casa. Y se desvanecería la noche casi como otra cualquiera… aunque tardó más que nunca en desvestirse.
Y permaneció así, como alargando una vuelta a la espera de una nada. Totalmente vestida. Muriéndose de frío. Preguntándose qué podía decirle, qué debía callarse. Sumida en un mar de preguntas sin respuestas. Agradeció a la lluvia su compañía y respiró el mismo aire, ese que no se acaba de perturbar nunca del todo.