Divagativa

Amanecer y el mal tiempo

Una pérdida supone un vacío que hay que ubicar conscientemente si no quieres que lo invada todo. Es como si el hueco que dejara fuera una pieza que, de no saber encajar, crecería y crecería comiéndose a todas las demás. Creo en la importancia de reconocer ese fragmento para saber atender la novedad que implica un nuevo espacio hueco que podrías repelar a cucharadas por su densidad. Pensaba que la calidad del autosostén determinaría la capacidad de acción llegada la pérdida cuando descubro a un cerebro buscando planes mágicos que le salven del dolor; un sistema nervioso alterado, impotente y profundamente vulnerable que solo busca el escondite perfecto.

Hay pérdidas que te ponen frente al espejo, que te obligan a mirar en lo más profundo de ti, que te fuerzan a reconocer la debilidad que disfrazas, la estabilidad que fingías. Son esas pérdidas las que hay que tomarse en serio porque vendrán muchas más y será la calidad del autosostén lo que determine la brutalidad del zarandeo. Es gracias a este dolor por lo que una es capaz de admitir que le falta honestidad, esa gran capacidad a conquistar de tomarse a una misma un poquito más en serio para aumentar la calidad del esqueleto interno que te mantiene suficientemente erguida a pesar del viento. El desgarro te lleva a agachar las orejas frente a la identificación de limitaciones desagradables y fantasías encubiertas.

Hay pérdidas que desbloquean tristezas reprimidas y cuando estallan, no hay más que dejarse sentir el dolor que incomoda la respiración y abraza la otra cara de la moneda que diariamiente ignoramos para sobrevivir. No hay recetas mágicas. No hay secreto, ese es el secreto. La muerte es esa herramienta que nos sirve para la vida y que, paradójicamente, también la fastidia. La muerte hace que comprendas el absurdo de tu vida. La muerte levanta corazas pero también las destruye de un soplido. Tenemos, sin embargo, esa gracia para defendernos creando ficciones que la oculten de nuevo, pero hay pérdidas que impiden olvidar el carácter inventivo que subyace a todos nuestros mecanismos de defensa. Tal vez la serenidad que alcanzas después de tremenda tristeza sea la que permite que vivas una vida sencilla, honesta, coherente y más cuerda. Tal vez el espejo al que te enfrenta la muerte sea el único espejo que no te devuelva el cuento.

Subo el camino escarpado que me lleva al exterior de la cueva para comprender que en el interior de la caverna, anudados por la ignorancia, vivíamos más felices, pero menos despiertos.

La muerte te despierta, sin pedir permiso ni deber perdón.

 

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